Biomímesis y soberanía
Por Ernesto Niebla Chalita
La generación de diseñadoras y diseñadores a la que pertenezco creció escuchando la palabra Biónica, quizás a partir de las primeras ilustraciones que H. R. Giger y Carlo Rambaldi hicieran para una historia —después llevada al cine a fines de los años 70 del pasado siglo y que hoy resulta un clásico: Alien, el octavo pasajero—. Luego llegó el postmodernismo de la mano de Ettore Sottsass y el estilo de Memphis presentó lámparas de hormigas, a la vez que los motivos y principios de la vida natural pasaban a los diseños curriculares de instituciones de formación e investigación de diversos países del mundo, con arraigo en algunos de nuestra región. En el vértigo de esa sucesión de acontecimientos, se mezclaron los principios que el movimiento ecologista ya había detectado como válidos para el desarrollo industrial — conceptos como “obsolescencia programada”, “mochila ecológica”, “ciclo de vida”— y otros que comenzaron a gravitar en el discurso profesional del diseño y a ser cada vez más frecuentes. No fue algo casual. En el transcurso de unas pocas décadas el modelo civilizatorio dominante dio muestras de su capacidad para agotar los recursos naturales del planeta y conducir a las especies vivas a su ocaso biológico, entronizando con ello un nuevo término —aún en debate en la comunidad científica—: el Antropoceno.
La conciencia de la necesidad de preservar y proponer nuevos modelos de desarrollo que garanticen su progresión sustentable ha sido reconocida y consagrada por diversos organismos e instituciones internacionales. La Organización de Naciones Unidas, desde su condición de multilateralidad, identificó los Objetivos de Desarrollo del Milenio; mas su cumplimiento debió ser agendado para la tercera década de este siglo con el título de Objetivos y Metas de Desarrollo Sostenible (ODS), para lo cual quedan apenas ocho años y un mar de incertidumbres al respecto.
“La biomímesis concentra su atención en sectores que deben incrementar su resiliencia y garantizar la sostenibilidad de la interrelación entre los ecosistemas naturales y los construidos por el hombre.”
Toda esta reflexión crítica colectiva se produce en medio de la Cuarta Revolución Industrial, signada por la convergencia cada vez más acentuada de las disciplinas científicas; la dominancia de las tecnologías de la información y la comunicación —big data, internet de las cosas, virtualización de entornos, impresión 3D y 4D—; y el ascenso de la participación de la inteligencia artificial en la automatización de procesos y ciertas áreas de toma de decisiones a escala tecnológica e industrial. Cada vez resulta menos hilarante y más plausible escuchar sobre proyectos de cultivo de tejidos y órganos; colonización de otros planetas; la profundización de las investigaciones fundamentales en las ciencias básicas mediante el desarrollo de medios instrumentales soportados por tecnología, como los colisionadores de partículas; los dispositivos de interfaz entre humanos y máquinas, como los conocidos como HULC1 por sus siglas en inglés. Es en medio de este panorama que se nos propone el concepto y la praxis de la biomímesis. Quizás su elemento de mayor nivel diferencial respecto a abordajes precedentes es el de concebir, con mayor profundidad y peso, el aporte de la ciencia al desarrollo de innovación en nuevos productos, procesos y servicios; emulando —hasta la escala celular, microscópica o nanoscópica— modelos y sistemas naturales pertinentes por su alta eficacia y sustentabilidad.
Relación de proporción por áreas de interés, de los trabajos enviados al BGDC 2019
La biomímesis concentra su atención en sectores que deben incrementar su resiliencia y garantizar la sostenibilidad de la interrelación entre los ecosistemas naturales y los construidos por el hombre: agricultura, construcción, ingeniería, moda, consumo de alimentos, sanidad y transporte. El reporte anual de 2019 del Biomimicry Institute, titulado Advancing regenerative solutions for people and planet,2 expone la relación de proporción por áreas de interés, de los trabajos enviados al BGDC 20193: diseño (25 %), ciencias de la vida (23 %), ingeniería (22 %), arquitectura (12 %), negocios (7 %), física (5 %), tecnología (3 %) y estudios medioambientales (2 %). Las soluciones ofrecidas en este certamen abarcaron siete sectores: contaminación de los océanos por el plástico (20 %), inundación de zonas costeras (13 %), emisiones de GEI4 (13 %), desechos de alimentos (8 %), agua potable (5 %), contaminación del aire y la salud (5 %).
Soluciones ofrecidas en el BGDC 2019
Con independencia de que estos números no definen tendencias, ilustran las áreas de ocupación y preocupación de importantes instituciones de investigación, empresas y organizaciones defensoras del medio ambiente.
No cabe duda de que la biomímesis se inscribe, en lo general, dentro de un esfuerzo global por abordar los crecientes asuntos de sustentabilidad con que deben lidiar el planeta y la especie humana causante de ellos y que —en buena medida— se recogen en la ruta crítica de las 17 metas de los ODS 2030. En lo particular de la profesión del diseño, la biomímesis escala el desafío de pensarse a sí mismo desde nuevos enfoques procesuales, éticos, metodológicos, filosóficos, ideológicos y políticos. La biomímesis, por consiguiente, representa un botón de muestra de cómo se está produciendo el reacomodo y nacimiento de nuevas áreas y sectores profesionales en el contexto de la revolución científico-tecnológica en curso. Revolución caracterizada por una “creciente concentración de la actividad científica y de la producción de materiales para la ciencia en los Estados Unidos”,5 con las condicionantes específicas que derivan del diferendo bilateral con nuestro país.
En el Informe de la Academia de Ciencias de Cuba sobre el estado de las Ciencias, fechado en 2013,6 se afirma:
Nuestro pequeño país requiere incrementar sensiblemente la productividad del trabajo y su capacidad exportadora, para dar respuesta a las demandas sociales, compensar el decrecimiento de la población económicamente activa y generar recursos para su ulterior desarrollo. Tendrá que prever y atenuar los efectos del cambio climático y otros fenómenos naturales, utilizar de forma sustentable los limitados recursos naturales disponibles y preservar nuestros singulares ecosistemas para las futuras generaciones. Deberá, además, perfeccionar nuestra sociedad socialista, garantizar su seguridad y defender a toda costa la soberanía e independencia alcanzadas por nuestra Patria. Todo ello requerirá la generación y asimilación creativa de nuevos conocimientos y tecnologías avanzadas, para implementar soluciones, en muchos casos originales, adecuadas a nuestras especiales circunstancias.7
Por supuesto, los autores de este informe no podían prever en el año 2013 hechos posteriores que han impactado transversal y multidimensionalmente nuestra realidad: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos en 2014; la ascensión —en el año 2017 en ese país—, de un gobierno agresivo que esculpió y ejecutó casi 250 “mejoras” a la política de bloqueo para asfixiar la economía cubana y, por último, el surgimiento de la pandemia de COVID-19, que ha reconfigurado la economía global y las relaciones entre los Estados. Por ello debe asumirse que los factores agravantes del escenario diagnosticado en 2013 hoy deben ser más complejos y acentuados.
Resulta evidente que, para poner en marcha una concepción de desarrollo propio, es imprescindible contar con la ciencia, y lograr un equilibrio en nuestra economía de los servicios y las producciones de alto valor agregado, necesarias para “navegar en el océano azul”, como le llama uno de nuestros más encumbrados científicos.8 Todos los paradigmas de nuestro desarrollo que hemos ensayado, practicado y explotado parecen apuntar a ello. “Lo que media entre la ciencia y el desarrollo económico es la empresa. El impacto actual de la I+D y la innovación en la empresa cubana es pobre. La conexión entre las universidades y centros de investigación, por una parte, y las empresas productivas, por otra, es muy débil en la mayoría de los casos, y está afectada por numerosas restricciones. La principal excepción son aquellos sistemas especialmente diseñados para cerrar el ciclo en una esfera dada, dando lugar al surgimiento de empresas de alta tecnología asociadas a centros de I+D”.9

Ejemplos de biomimesis. Foto: Tomada de Pinterest.

En marzo de 2020 existían10 en Cuba diversas formas de gestión económica: empresas, sociedades mercantiles, cooperativas y unidades presupuestadas, que se acercaban a las 10 000. A ese número debe agregarse el nuevo acápite recientemente aprobado de las micro, pequeñas y me-dianas empresas. Sin embargo, solo cuatro de ellas poseen la característica de ser cataloga-das como de “alta tecnología”, lo que da la medida de los desafíos de la generalización de un pensamiento científico integrado a los procesos económicos y productivos. A veces son tantas las precariedades de los retos cotidianos, que terminan actuando como un campo de distorsión de la realidad al condicionar solo la visión de lo urgente en detrimento de lo estratégico. La pandemia ha demostrado que, cuando el enfoque proactivo y creativo prima, se cosechan resultados convergentes que nadie duda en calificar como de alto desarrollo científico y tecnológico.
La temprana frase de Fidel: “El futuro de nuestra Patria tiene que ser, necesariamente, un futuro de hombres de ciencia, un futuro de hombres de pensamiento…”,11 fue pronunciada en 1960 y —puesta en contexto— dicha en pleno enfrentamiento al sabotaje, las incursiones piratas, los actos de terrorismo, el bandidismo, y en la antesala de la escala de acciones que terminaron con la invasión por Playa Girón. Aquella voluntad política anticipatoria, combinada con la certeza de la necesidad de trascender el subdesarrollo estructural al que parecen condenadas nuestras naciones una y otra vez, permitió lanzar visionariamente un programa inversionista en la industria farmacéutica y la biotecnología 30 años después, y crear las bases educacionales, materiales, financieras, institucionales, humanas y tecnológicas que hacen posible que hoy cualquier cubano lleve en su cuerpo decenas de productos investigados, desarrollados y producidos en nuestro país.
El enorme potencial científico de la Mayor de las Antillas12 puede y debe ser aprovechado en beneficio de la transformación de la sociedad y su economía. Entre las principales dificultades que enfrenta este sector estratégico se encuentra que: “No existen mecanismos para la contratación de capacidades de I+D por las empresas. En el 2009 la fracción del financiamiento empresarial a la I+D alcanzó en Cuba el 15 %, en América Latina el 43,33 %, en Iberoamérica el 43,42 % y en los Estados Unidos el 68,1 %”.13
Está claro que al diseño, y su historia común con las artes, la arquitectura, la artesanía y la industria, le sobran ejemplos de su vocación antropocéntrica —desde los apuntes de Da Vinci para el Códex sobre el vuelo de los pájaros; el Hombre de Vitruvio; el Modulor, de Le Corbusier, o el desarrollo de sistemas estándares de medidas—; su espacio de confluencia interdisciplinar se amplía de modo continuo. Nuevos saberes y competencias ensanchan sus dominios cada vez más difusos y permeables; más interconectados con las ciencias. Ese requerimiento de futuridad demanda del diseño la humanidad y la humildad del pensamiento científico, y solo una voluntad de Estado —en un país de circunstancias tan singulares como Cuba— puede movilizar la convocatoria de todos los actores necesarios para satisfacerlo.
“El diseño cubano debe mirar hacia dos de los vectores que lo tensan: un pasado patrimonial cuya visibilización está por venir, y su futuro —o más bien sus escenarios todos de los cuales muchos no volverán.”
Escasos países cuentan con una red de instituciones científicas, el potencial humano y la vocación humanista del nuestro. El recién constituido Consejo Nacional de Innovación viene a consolidar el tejido institucional orientado a la producción y gestión del desarrollo de productos de alto valor agregado. El desafío es enorme. La asimetría de las condiciones es crítica, específicamente para que la propuesta que desde el diseño puede generarse sea acogida. Al mismo tiempo es un reto a la visión de cómo esa propuesta de incorporación a un torrente productivo basado en ciencias y tecnologías sea pertinente en lo básico, porque la actividad se mantiene ajena a las necesidades y oportunidades identificadas desde la ciencia. Es un asunto de conciencia de la necesidad mutua de articular y, en consecuencia, impactar sus prácticas.
El diseño cubano debe mirar hacia dos de los vectores que lo tensan: un pasado patrimonial cuya visibilización está por venir, y su futuro —o más bien sus escenarios de futuro—, que deben pensarse hoy, escenarios todos de los cuales muchos no volverán. El caso que nos ocupa tiene la utilidad de ilustrar la necesidad de una recreación profunda, estructural —siempre en ese doble viaje—, apostando a la anticipación de un necesario estado de innovación, más allá de lo habitualmente conceptuado como propio de sus campos disciplinares. Todo ello, en medio de la revolución tecnológica aludida, donde el género humano se aboca a un salto antropológico en todos sus ámbitos; pero, en particular, en el de imaginar las formas más eficaces y efectivas de aprendizaje y formación de sus actores y oficiantes.
Trascender el estado presente para lograr dar ese paso —aparentemente al vacío—, que cuenta con una similitud simétrica con aquel momento fundacional de la ciencia en Cuba a principios de los 60, requiere convergencia, articulación y audacia. Resulta una necesidad de soberanía.
Nota
- Human Universal Load Carrier.
- Biomimicry Institute 2019 Annual Report, p. 11.
- Biomimicry Global Design Challenge 2019.
- Gases de efecto invernadero.
- Op. cit., p. 25.
- Análisis del estado de la Ciencia en Cuba al cumplimiento de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Academia de Ciencias de Cuba, 2013.
- Op. cit. p. 5.
- Agustín Lage Dávila.
- Ibídem., p. 23.
- Organización Institucional. Principales entidades. ONEI, abril 2020. p. 2
- Castro Ruz, Fidel. Discurso del 15 de enero de 1960 en la Sociedad Espeleológica de Cuba.
- “El sistema de la ciencia cubana contaba, al cierre de 2011, con 100 515 trabajadores físicos, de los cuales 4 618 son investigadores categoriza-dos (descendió un 15 % desde 2009). En estas cifras se incluyen todos los trabajadores de las 231 ECIT (30 694), del CITMA (11 191) y todos los profesores de todos los centros de educación superior del país, adscritos o no al MES (58 700)”. Cit. de cit. CITMA. “Potencial Científico Cubano”, 2011, en Análisis del estado de la Ciencia en Cuba al cumplimiento de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Academia de Ciencias de Cuba, 2013, p. 7.
- Cit de. cit., RICYT, “Red Latino-Americana de Ciencia y Técnica”, 2012. [Online]. Disponible en: http://bd.ricyt.org/, en Op. cit., p. 13.
Descargar Revista Cubana de Diseño La Tiza No. 11