Lo que nos cura, marca
Ivette Leyva García
En tiempos del nuevo coronavirus yo busco –además de lejía, hamburguesas, detergente y arroz-una bordadora automática. Le pregunté a mi vecina, la misma que dispuso su máquina de coser para la confección de nasobuco ssolidarios;pero la suya no funciona.
Tan fácil no me rindo; debo encontrar quién pueda dar cuerpo textil a un pequeño triángulo, a una estrella; me urge como si fuera una mascarilla.Quiero hacer realidad una imagen que vi una vez, en una presentación sobre la marca país cubana.
No se trata de un delirio de cuarentena, ni de un capricho. Verán.
Con mis amigos y colegas diseñadores, entre ellos uno muy especial, aprendí que una marca país se diseña para revelar la presencia de una nación en todo aquello que la contenga. En tanto signo, nos comunica qué lugar representa; en tanto símbolo, se convierte en evocación de los valores del territorio representado.
Una marca país da fe de autenticidad, como cualquier marca, y como cualquier otra es portadora de unos atributos que no pueden contradecirse con el objeto o mensaje al cual acompaña; por tanto, sus usos deben ser reglamentados y no estamparse en cualquier cosa.
Según Norberto Chaves, reconocido ensayista y experto en temas de identidad corporativa, hablamos del “signo institucional más alto, marca paraguas de todo lo que de ese país puede reivindicarse. Rubrica, marca, sella, legitima, prestigia, todo aquello que respalda”.
Con este conocimiento, el especialista argentino aterrizó en La Habana, a inicios de la década del 2000. No era su primer viaje a la Isla, pero sí uno muy especial. Había sido invitado a conducir la búsqueda de la marca país cubana.
José (Pepe) Cuendias, entonces director de la Oficina Nacional de Diseño (ONDi) y rector del Instituto Superior de Diseño (ISDi), había presentado al Ministerio de Turismo (MINTUR) la idea de desarrollar este signo. Profesionales de la Oficina, así como de la agencia Publicitur, se integraron para viabilizar el hallazgo.
En una entrevista aún inédita realizada por La Tiza, revista cubana de diseño, cuenta Chaves que, al equipo de especialistas, les dijo: “ustedes trabajen pensando que la marca país existe,hay que encontrarla, anda por ahí. Segundo, cuando la encuentren, la diseñan de modo tal que se pueda dictar porteléfono”. Y así ocurrió.
En la copiosa muestra del patrimonio visual cubano que fuera objeto de investigación, fue apareciendo aquella imagen, recurrente, pregnante… en un sombrero, en un libro, en signos de identidad diversos, en los propios símbolos patrios. Se trataba del triángulo escarlata con la estrella nívea; el cual luego hubo que componer en más de una variante, elegirle el código cromático, convertirlo en un todo junto al nombre de Cuba y seleccionar para este la tipografía.
A pesar del tiempo transcurrido y la emergencia de tantas homólogas, Norberto asegura que todavía hoy,“entre las marcas país más diáfanas y de más alta calidad del mundo”, está la nuestra.
Lamentablemente, su implementación no ha contado con igual éxito. La diseñadora Gisela Herrero García, actual jefa de la Oficina Nacional de Diseño, fue cómplice activa de este proceso de gestación y participó también en la elaboración del Manual de pautas gráficas de la marca país, junto a la diseñadora Sandra Haug, el cual obtuviera un premio ONDi de Diseño en 2016. Por su implicación, Herrero conoce muy bien el tiempo y las oportunidades perdidas: la marca tiene casi 20 años sin lanzarse y sin gestionarse estratégicamente –afirma-; a pesar de que, en el 2014, se lograra oficialmente su aprobación por parte de las máximas autoridades de gobierno del país.
Su utilización es limitada; se percibe en acciones del MINTUR, institución bajo cuyo amparo nació en un principio, y del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), en menor grado. En ambos organismos, el signo ha legitimado atributos por los cuales se nos reconoce: el de constituir una singular plaza turística y el de poseer una sólida diplomacia.
En este instante, sin embargo, Cuba ha dejado de ser destino; ahora es emisora de ayuda hacia cualquier país del mundo que la clame y a esas tierras parten los mejores embajadores que hoy nos representan, nuestro personal de salud.
Es entonces imprescindible que la marca los acompañe, a ellos y a quienes se quedan; no como añadido, sino porque les pertenece. A nuestro ejército de batas blancas, le corresponde su insignia.
El diseñador Pedro García Espinosa, quien también integrara el proyecto de creación de la marca país y en sus años a cargo de la ONDi pulsara por su instrumentación, nos recuerda los conceptos básicos de esta, contenidos en el Manual:
“La marca país es un símbolo oficial creado para complementar a los símbolos patrios en funciones de promoción que a estos no le competen y que no conviene asignárseles, para no desnaturalizarlos. Es la forma visual coherente de acuñar, afianzar y promover las fortalezas de nuestro país en el ámbito nacional e internacional”.
Siendo así, un envase de Interferón Alfa 2b Humano Recombinante, tan altamente demandado, nunca tendría que llevar una bandera para expresar con orgullo su procedencia; pero sí debería, por norma, mostrar la firma visual del Hecho en Cuba, la marca.

Todo producto o servicio que nos enorgullezca debería llevar la firma visual del Hecho en Cuba, la marca país. Foto: Archivo y agregada la marca mediante acciones de edición.
Con todas estas nociones a cuestas yo sigo buscando una máquina bordadora, a causa de mi amigo. Porque sí, verán, tengo el honor de contar entre mis seres cercanos a uno de esos ángeles que han cambiado de moda y ahora visten “escafandras”. Acaba de incorporarse a una de las terapias dispuestas para el tratamiento a quienes padecen la COVID-19.
Miro una foto que me ha mandado y no encuentro en ella nada reconocible. Mi esposo exagera y dice que tiene “el mismo para´o”, pero debajo de ese traje yo no lo distingo; podría ser cualquier otro y, de hecho, hay muchos otros en ese lugar donde ahora habita, todos especiales, todos valerosos.

Imagen del doctor Noydel M. Rivero, la cual muestra cómo se vería su bata con la marca que le pertenece, a él y a todo nuestro ejército de galenos. Foto: Perfil de Facebook del doctor y agregada la marca mediante acciones de edición.
Lo llamo y lo primero que me afirma es “Ive, aquí no se duerme”. Le pregunto por la comida. “Muy bien”. ¿Y los compañeros? “Súper bien”. ¿Y la guardia? “Con trabajo”.
Dos semanas durará su llamado a atender y dos semanas más, su periodo de aislamiento.
Entre tanto, yo tengo menos de un mes –y vuelvo con la cantaleta- para encontrar esa máquina. Cuando mi amigo regrese –muy pleno por su propia vida y por las tantas que habrá ayudado a rescatar- voy entregarle una de sus batas de doctor con el susodicho bordado.
Deseo regalarle la síntesis visual de lo mejor que somos para ver en él, hecha realidad, la sublime foto descubierta hace un tiempo en una presentación sobre la marca país cubana. Se trataba de un médico que (por artes del Photoshop) llevaba sobre el corazón ese signo. Mientras sus manos examinaban dolores y miedos, en su atuendo de curar la marca se realizaba.
Es mi deber entonces hacerle ese regalo a mi amigo, porque en él se expresa uno de nuestros orgullos más intensos, y porque en las luchas presentes y las que estén por venir yo sé que el triángulo me lo va a proteger, como un escudo, y me lo va a iluminar siempre esa estrella que salva.

La marca Cuba se realiza en quienes luchan en la primera línea del COVID-19. Foto: Perfil de Facebook del doctor Noydel M. Rivero y agregada la marca mediante acciones de edición.

La marca debe representarnos donde quiere que Cuba brille. Pasajeros del crucero británico MS Braemar abordan aeronaves que los llevan de regreso al Reino Unido. Foto: Ariel Cecilio Lemus/Cubadebate.
Tomado de Cubadebate