18 febrero, 2020

El legado de Da Vinci

Claudia Damiani

Es el año 1519 y un hombre aguarda por la muerte. Su lecho es una morada de reyes donde ha habitado los últimos tres años de su vida, el palacio de Cloux. Tal vez acompañado de ese rey que le dio asilo, cautivado por su ingenio, en una Francia que apenas empieza a ser Estado; o, con toda seguridad, por su discípulo más fiel, Melzi, a quien legó toda su obra.

Agrada imaginar que la recibió con la placidez del vencedor, «la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida», diría otro hombre universal mucho tiempo después. Mas surge la duda de cuan consciente fue, de su trascendencia, el moribundo: ¿llegó a intuir que 500 años más tarde aún sería el arquetipo del genio?, ¿que los anhelos que inspiraron sus curiosos artefactos se harían realidad con los siglos?, ¿que su Gioconda llegaría a ser el retrato más famoso y visitado del mundo? Quizás, no. Quizás un hombre de curiosidad e inventiva infinita como él, no se conformara y, deslumbrado por la incertidumbre del final de la vida, se reprochara la obra inconclusa e imperfecta, sin comprender que ya en sus 67 años de existencia había sido y hecho más que la mayoría de los hombres.

Probablemente nació en Vinci, ciudad situada a 25 kilómetros de Florencia, como hijo ilegítimo de un noble italiano y una campesina. Corría el siglo XV y Europa estaba en pleno renacer, dejando atrás las tinieblas teocéntricas del medioevo. El hombre y la razón humana reclamaban el puesto que en siglos precedentes se reservaba solo a Dios y a las cosas divinas. La conquista de la gloria, el prestigio y el poder, volvían a ser causas legítimas y se retomaban los valores de la antigüedad clásica.

Son destacables los aportes y estudios de Da Vinci en el campo de la geometría.

 

Los descubrimientos marítimos de los portugueses delineaban las costas de Asia y África y los viajes transoceánicos de los españoles ponían en contacto a Europa con América. La Tierra ya no volvería a ser plana y las nuevas conquistas brindaban al naciente capitalismo los recursos necesarios para desarrollarse, y suceder a un feudalismo descompuesto.

La imprenta permitía divulgar los nuevos conocimientos con una velocidad y alcance inéditos. Y un siglo después, con la Reforma protestante, la Biblia podría ser traducida a las lenguas vulgares y libremente interpretada. Fue este el contexto histórico de Leonardo da Vinci, y nadie como él encarna tan bien el espíritu de ese Renacimiento y su paradigma de sabio versado en todos los ámbitos del conocimiento humano.

Difícil es no haber escuchado su nombre ni vincularlo a las artes plásticas del Cinquecento, aunque su obra pictórica tiene tanto de exquisita como de escasa. Apenas se conocen 20 obras suyas; pues muchas se estropearon debido a sus experimentos con nuevas técnicas, y otras nunca salieron de los bocetos y apuntes, ya que el genio (deslumbrado por todo y dispuesto a todo) resultaba inconstante en la ejecución de sus proyectos.

Fueron la ciencia, la ingeniería y la inventiva, sus principales inquietudes, y la universalidad del talento, su mayor mérito. Y aun cuando el humanismo renacentista no ve dicotomías entre las ciencias y las artes, sus investigaciones científicas fueron, en gran medida, menospreciadas por sus contemporáneos, al ser demasiado adelantadas e irrealizables para su tiempo. Aun en nuestros días, sigue siendo la pintura su faceta más reconocida.

Pero la grandeza del arte pictórico de Da Vinci, con su famoso sfumato, debe una buena parte del virtuosismo en las formas y poses humanas a sus estudios de anatomía. Su formación inicial comenzó en el taller de Verrocchio quien insistía en que todos sus alumnos tuvieran estos conocimientos. Así diseccionó cadáveres y realizó dibujos sobre huesos, músculos, tendones y órganos internos. Fue uno de los primeros en dibujar un feto dentro del útero y en comprobar científicamente la rigidez de las arterias en respuesta a una crisis cardiaca. De 1510 a 1511, colaboró con sus dibujos, en la descripción de la fisiología y anatomía humana del célebre médico Marcantonio de la Torre, publicados como Tratado de pintura en 1680.

Son destacables sus aportes y estudios en geometría y arquitectura, disciplina que aborda desde formulaciones matemáticas, consiguiendo definir leyes sobre la línea elástica en las vigas de secciones diferentes. Su primer trabajo conocido fue la construcción de la esfera de cobre para la iglesia de Santa Maria dei Fiore, proyectada por Brunelleschi (padre de la perspectiva cónica). Con 26 años, se ofreció para levantar la iglesia octagonal de San Juan de Florencia y durante su larga estancia en Milán, al servicio de Ludovico Sforza, estudió la cúpula de la catedral (donde planificó crear una torre-linterna) y concibió un proyecto de ciudad ideal para evitar las epidemias de peste.

Da Vinci también realizó las ilustraciones para La Divina proportione, de Luca Pacioli, matemático y fraile franciscano, con quien abandonaría Milán en 1499, tras ser tomada por los franceses. Estas se consideran precursoras de la moderna ilustración científica.

Quizá el campo de estudio en que más pudo aplicar sus conocimientos fue la hidráulica. En Milán, se interesó por esta disciplina, y un documento de 1498 lo cita como ingeniero y encargado de los trabajos en ríos y canales. A su regreso a Florencia en 1503, por entonces en guerra con Pisa, concibió la desviación del río Arno para cercar la ciudad enemiga y crear una vía navegable capaz de conectar a Florencia con el mar. Igualmente, durante su estadía en Roma, en septiembre de 1513, desarrolló un proyecto de secado de las Lagunas Pontinas.

Da Vinci realizó numerosos planos para aparatos voladores. Las máquinas que idealizó, junto a las textiles, son las que mejor representan su capacidad innovadora.

En Física, intuyó la inexistencia de la trayectoria rectilínea en los proyectiles de artillería, tras observar un surtidor, y también atendió a los fenómenos de la luz y la óptica. Otro campo fecundo fue la aerodinámica. Obsesionado con la posibilidad del vuelo, dedicó sistemáticas observaciones a comprender y describir esta habilidad en los pájaros, murciélagos e insectos (con el objetivo de redactar su Códice sobre el vuelo de los pájaros). Estos estudios, junto a los relacionados con el movimiento del agua, son sin duda de los más destacables y sirvieron de inspiración y base para otro de sus más admirables talentos: la ingeniería…

Su prospectiva provoca asombro, aun cuando muchos de sus artefactos no eran funcionales. Realizó numerosos planos para varios aparatos voladores, como un helicóptero primitivo, un paracaídas y un ala delta. De hecho, sus máquinas voladoras, junto a las textiles, son las que mejor representan su capacidad innovadora: El telar mecánico, la máquina de cardar y la máquina para pulir espejos; lo convierten en precursor de la mecanización para la fabricación industrial.

Sus cuadernos recogen numerosos inventos prácticos como las bombas hidráulicas y la máquina para mecanizar tornillos; muchos relacionados con sus experiencias como ingeniero militar y en la defensa de Venecia de un posible ataque, para la que concibió desde una especie de submarino individual o escafandra, hasta un casco doble para barcos. Igualmente, diseñó aletas para obuses de mortero, un cañón a vapor, el carro de combate, el automóvil, flotadores para caminar sobre el agua, varios autómatas, la calculadora, los rodamientos de bolas e incluso la bicicleta. Inventos que probablemente se basaron en tecnologías ya existentes, aprovechadas y perfeccionadas por él.

Sus investigaciones científicas fueron, en gran medida, menospreciadas por sus contemporáneos, al resultar demasiado adelantadas.

Sin embargo, ninguno de estos artilugios llegó a construirse en vida de Leonardo y aunque durante el trascurso de la era industrial se materializaron muchas de sus ideas, no fue hasta el siglo XXI que sus máquinas pudieron escapar del papel y volverse realidad en la tridimensión. Así, en el 2006 el gobierno turco decidió construir el puente sobre el Cuerno de Oro, que Leonardo había diseñado en 1502 para un sultán otomano. Su visionaria ala delta levantó vuelo tras el añadido de unos estabilizadores. Y el público habanero tuvo la oportunidad de maravillarse con las recreaciones que artesanos e ingenieros italianos hicieron de estos ingenios a partir de los planos originales, en la exposición El genio de Leonardo da Vinci, inaugurada el 29 de junio del 2012 en el Salón Blanco del Convento San Francisco de Asís.

En la actualidad, a 500 años de la muerte de aquel hombre, arquetipo del genio universal, y también de la fundación de nuestra Habana, sus inventos traídos a la vida y a este lado del Atlántico para conformar tan curiosa exposición, esperan por su nuevo emplazamiento en el Castillo de Atarés (fortaleza militar de la colonia española) aún en reparaciones. Como una prueba más de que la muerte no puede ser verdad, cuando la obra de la vida es un legado tan valioso para todos los tiempos.

Tomado de la Revista Cubana de Diseño La Tiza