24 febrero, 2020

La cultura del diseño

Por Yuris Nórido

Son tiempos de diseño. Siempre lo fueron, pero ahora como nunca antes se tiene conciencia de la importancia de esa disciplina en el desarrollo económico, social y cultural de las naciones. Sin diseño no hay concreción. Y por tanto un mal diseño implica necesariamente una concreción defectuosa.

El diseño es punto de partida de todas las realizaciones industriales e informacionales. Y algunas de sus tendencias (hay quien dice que todas) entroncan perfectamente con el universo del arte, devienen ellas mismas ámbito creativo, de fuertes implicaciones estéticas.

En Cuba contamos con una importante escuela, el Instituto Superior de Diseño (ISDi), que ha formado profesionales de altísimo nivel. Los aportes de estos graduados son reconocidos en la región. El ISDi es referente internacional.

Por eso llama la atención la poca factura, el escaso vuelo de muchas de las propuestas de diseño informacional en nuestros medios de comunicación y otras instituciones culturales. En pocas disciplinas es más evidente el intrusismo profesional. ¿Por qué alguien sin la mínima formación, sin capacidades ni competencias, tendría que encargarse de un ámbito tan amplio y exigente?

Si uno se fija en la parrilla de algunos canales de televisión, todavía puede encontrar spots y presentaciones de programas que no respetan leyes elementales de la composición, la selección tipográfica, la armonía de las formas. Con los libros pasa algo parecido. Algunas editoriales exhiben excelentes portadas, pero otras parecen encargarles el diseño de sus libros a aficionados.

Es una paradoja, teniendo la escuela que tenemos, las promociones de graduados. En el mundo de la moda también persisten carencias. Hay creadores que cuentan con una obra más que digna, pero no se puede hablar de un movimiento sólido. Y en el emergente contexto de los negocios por cuenta propia, en permanente expansión, queda mucho por hacer, a pesar de la conciencia de algunos propietarios sobre la importancia de un buen diseño de espacios, mobiliarios e identidades visuales.

La respuesta a estas problemáticas parece sencilla… pero en realidad es muy compleja por sus implicaciones prácticas: falta cultura del diseño. Entre los decisores (directivos, funcionarios, clientes) y entre los “consumidores”.

Un buen diseño muchas veces pasa inadvertido por su funcionalidad, más allá de la complacencia por la armonía de las formas. Un mal diseño debería siempre chocar. Pero a muchos no siempre les choca porque carecen de cierta sensibilidad y del conocimiento para distinguir el detalle.

Y un detalle puede marcar la diferencia esencial. La educación es vital en este sentido: la que propicia la escuela y también la de la vida, en la que deben incidir las instituciones.

Pero entre tanto, convendría acogerse al sentido común: el diseño es una profesión, con el entramado teórico y práctico que una profesión comprende. No le permitiríamos a alguien que no fuera cirujano que nos extrajera el apéndice. De acuerdo, puede que en el diseño no nos vaya la vida; pero no podemos concebir nuestra vida sin diseño.

Tomado de la Revista Cubana de Diseño La Tiza 7