5 junio, 2020

«Sanas Palabras» 3 de mayo

3 mayo, 2020

Una foto, tomada al azar, me interpela. No era la que buscaba, pero me obliga a replantear la crónica del día. Unos brigadistas, en un cambio de turno, permanecen absortos frente a la pequeña pantalla del celular. Hablan, sí, pero no entre ellos: del otro lado del océano, o del ciberespacio, hay siempre un rostro que asoma, que da sentido a la espera, al riesgo de luchar por la vida. Solo los iniciados perciben la intensidad de la escena. A veces, de madrugada —cuando en Cuba apenas comienza la noche— se escuchan voces en el pasillo. Entran a los cuartos, de puntillas, los seres queridos, e inician largas conversaciones.

Me adentro en las fotos de aquella otra vida congelada: el doctor camagüeyano Manuel Emilio López Cifontes sonríe con su esposa y su hijo, en un restaurante cualquiera, las cervezas a medio tomar; el epidemiólogo Adrián Benítez pasea en Holguín con su esposa, mientras el niño, en brazos del padre, señala hacia algún lugar, más allá de la cámara y del tiempo; el doctor Julio celebra en Cienfuegos el cumpleaños de su madre, junto a la esposa y al hijo; el santiaguero Jaime Zayas Monteagut aparece también con su esposa, en una foto recortada sobre un fondo verde de flores… La pandemia ha detenido el tiempo.

Un poco de la intimidad de casa llega desde Cuba a los colaboradores médicos con cada descanso.

Los médicos y enfermeros reparan sueños ajenos, pero construyen de esa manera los nuestros, los de todos, que son también los suyos. Han venido a descongelar vidas, y las suyas, aparentemente inmóviles, se llenan de una extraña, indescifrable gloria. Cuando parece que la vida impone el recogimiento a lo más íntimo, y premia afectos y aspiraciones que no rebasan las paredes del hogar; aparecen estos cuerdos locos dispuestos a pelear por la vida de los demás a riesgo de la propia. Entonces, toda Cuba aplaude. Y un sentimiento de orgullo se cuela en cada hogar, provisoriamente abandonado, y atenúa el dolor de la partida. Entre el choteo y la solemnidad, los cubanos buscamos el equilibrio. Si alguien nos llama héroes, lo escudriñamos con sospecha; pero los ojos de nuestros médicos ―y de sus esposas/os, y madres e hijos― brillan cuando el vecindario aplaude. No habrá nunca mayor premio, en una sociedad como la nuestra, que ese aplauso. Mientras esto se repita, Cuba estará a salvo.

Enrique Ubieta