25 mayo, 2021

Volver a Clara Porset (II y final)

Clara Porset. Foto: Archivo ONDi.

Por Jorge R. Bermúdez *

I

En 1936, Clara Porset viaja a la hermana nación mexicana para sustituir temporalmente al profesor y poeta Carlos Pellicer en la Cátedra de Historia del Arte, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El México al que llega Clara, está en pleno hervor transformador. El gobierno del general Lázaro Cárdenas nacionaliza el petróleo e inicia el proceso de industrialización del país, objetivo que propicia las primeras iniciativas encaminadas a promover las nuevas disciplinas que demanda el desarrollo al que se aspira. En cuanto al ámbito artístico e intelectual de la capital azteca, no puede ser mejor. El muralismo mexicano se empieza a reconocer como el primer movimiento artístico latinoamericano de vanguardia de relieve continental e internacional. Hace amistad con los muralistas Xavier Guerrero –su futuro compañero en la vida−, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y Frida Kahlo, entre otros militantes y activistas de la izquierda más radical. Con ellos y con el pueblo trabajador participará en marchas y manifestaciones de carácter antimperialista. También se relaciona con los cubanos que han tomado el mismo camino que ella, como el poeta Nicolás Guillén y el ensayista Juan Marinello, con quien estrecha los lazos de amistad. Sus artículos sobre arquitectura, diseño de muebles y diseño industrial se publican en las revistas especializadas de Estados Unidos, Brasil y Chile. En tanto sus trabajos sobre el butaque yucateco es reconocido por figuras de la talla de Hannes Meyer −establecido en México, luego de abandonar su exilio en la Unión Soviética−, y el propio Albers, quien reproducirá esta línea de diseño de mueble en los Estados Unidos, amparado en el desarrollo industrial de esta nación. Todas sus aspiraciones profesionales e inquietudes sociales parecen entonces tener cabida en un período de la historia mexicana signado por el más vertical nacionalismo y antimperialismo. Nada tiene de extraño, pues, que ante la mediatizada vida cultural cubana producto de la frustrada Revolución del 30 ─como se dio en llamar esta nueva intentona revolucionaria en Cuba─, así como ante la falta real de condiciones para la aplicación y promoción de una disciplina que todavía se debatía en el mundo desarrollado de la época como un saber y hacer en proceso de construcción, Clara optará por establecerse y trabajar en México desde 1940. Los resultados de esta decisión no se harán esperar. En 1941 recibe uno de los tres primeros premios continentales en el concurso de muebles contemporáneos del Museo de Arte Moderno de Nueva York. También diseña muebles para la firma Knoll Associates de dicha ciudad. Sus diseños son publicados en la revista Arts and Architecture. En tanto, su labor docente no solo se consolida, sino que se amplía y profundiza con respecto a las culturas de nuestra región, como bien lo manifiesta el curso de verano que imparte en la UNAM sobre la expresión arquitectónica de México.

Foto: Cortesía del autor.

II

En el cénit de su carrera profesional, Clara no olvida a Cuba. A fines de la década del cuarenta se da un salto hasta el verde caimán para transmitir las experiencias y conocimientos adquiridos durante más de una década de actividad docente y proyectual en México. Y, también, para ponerse al día con su patria, en lo que concierne a un seguimiento cultural y político muy en sintonía con sus aspiraciones profesionales y ciudadanas. Con tal propósito imparte el curso “Espacio interior para vivir en Cuba” en las facultades de Arquitectura y Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana, y dicta conferencias sobre cultura de la vivienda en el Lyceum, por entonces uno de los espacios capitalinos más inquietos y lúcidos en cuanto a la divulgación de la más actual cultura nacional.

Al calor del regreso y lo propicio de tales encuentros, también retomará su interrumpido interés por el mobiliario colonial cubano desde una perspectiva del diseño resultante de su permanente actividad de investigación, que no dudamos en señalar como propia de una arqueóloga. De ello ya había dado fe en la línea de muebles inspirados en el mejor legado de las culturas prehispánicas, y que años más tarde tendría su mejor exponente en los muebles diseñados a partir de los referentes aportados por las estatuillas de barro de la cultura totonaca.  Sin embargo, la bandera mayor de Clara en cuanto a tales apropiaciones, se manifestó de manera más creativa, constante y concluyente en sus diseños de muebles inspirados en el llamado butaque yucateco. Aunque de origen hispánico, tal matriz no le impidió a los yucatecos adecuar este asiento a sus valores funcionales tradicionales, dándose en lo relativo al diseño un mestizaje único en la cultura material del área centroamericana y caribeña.

Si con los butaques la Porset inicia uno de los ejercicios de diseño más consecuentes con la fusión de lo tradicional y lo moderno, lo artesanal e industrial, al centrar su rediseño en la curva continua que integra el asiento al respaldar, con el mobiliario colonial cubano hará otro tanto, aunque en este caso en aras de la consecución de una identidad moderna de forma y función propiamente nacional. Así se constata en los muebles que diseñó y fabricó para la residencia de Orlando Álvarez en el barrio habanero del Vedado, en 1958. En ellos el valor referencial del butaque se pone de manifiesto en un mueble de salón del período colonial cubano, aunque se desmarca de aquél al sustituir la fibra tejida por la rejilla tradicional del mueble cubano, la cual se aplica a todo lo largo y ancho de la curva continua que integra asiento y respaldo. Otros elementos que lo diferenciarán del referente aludido estarán dados por la presencia de balances ─aunque realizó otros con patas curvas fijas─ y brazos; estos últimos, de un ancho mayor al usual y con una muy atractiva terminación en voluta. Tales características hicieron de este diseño de mueble un ejemplo notable de sincretismo cultural entre modernidad y tradición en perfecta adecuación estilística y funcional a las particularidades histórico-culturales y climáticas de la Isla. En consecuencia, el estilo colonial cubano se modernizó a partir del principio estructural del butaque, sin pasar por alto su experiencia con el dujo o asiento aborigen durante esta estancia en la patria.[1] En consecuencia, el comentado diseño de sillón devino otro ejemplo de descolonización cultural y reafirmación identitaria, cuyo valor referencial trasladaría a otros diseños de muebles, aun cuando respondieran a otras necesidades funcionales. Tal es el caso de la línea de muebles para exteriores (jardines, playas) que concibiera en la década siguiente para el hotel Pierre Marques de Acapulco, México, con los cuales obtuvo la Medalla de Plata en la Trienal de Milán, en 1957.

Foto: Cortesía del autor.

III

De vuelta en México, Clara concebirá la primera exposición sobre diseño industrial y artesanal de Latinoamérica, bajo el título El arte en la vida diaria, inaugurada el 17 de abril de 1952 en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad México, y meses después en la naciente Ciudad Universitaria de la UNAM, en el marco del VII Congreso Panamericano de Arquitectura. Con esta exposición Clara no solo se propuso mostrar las buenas formas del diseño artesanal e industrial, sino también acercar el diseño industrial al proyecto de justicia social mayor de nuestros pueblos por la cultura; es decir, darlo a conocer como la disciplina apropiada para optimizar la respuesta productiva más consecuente con las necesidades materiales de las clases menos favorecidas y mayoritarias de nuestras sociedades. “El diseño artesano y el industrial ―escribe Clara en el catálogo de la citada exposición― son llamados a desarrollar la potencialidad plástica de nuestro pueblo (…) pero es el diseño industrial el que permitirá, por su producción en serie a más bajo costo, que el arte esté a diario en la vida de todos”.[2] Con tal concepto social del diseño, nada tuvo de casual que con el triunfo de la Revolución cubana el primero de enero de 1959, Clara se aprestara a regresar a Cuba, dando por hecho que la hora del diseño industrial cubano había llegado.

Foto: Cortesía del autor.

IV

En 1960, “Año de la Reforma Agraria”, inicia Clara su cuarta y última estancia de trabajo en Cuba. A su llegada se pone en contacto con la dirección de la Revolución a través de Juan Marinello. La respuesta no la hará esperar, recibe la encomienda del comandante Fidel Castro de diseñar y supervisar la construcción de dos mil piezas de muebles para la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, que albergaría cinco mil alumnos en la Sierra Maestra, en el extremo oriental de la Isla. En una foto hecha en tales funciones en compañía de un “barbudo” y una joven arquitecta cubana, se le ve plena, vital, resistir el sol de la Isla, su sol, con un pañuelo de cabeza, en camisa y pantalón, sin que por ello perdiera la consabida distinción que siempre proyectó su figura. En 1962 asume el diseño del mobiliario de la Escuela Nacional de Arte (ENA), en particular los de la Escuela de Danza y Artes Plásticas. La ENA, junto con la Campaña de Alfabetización realizada en 1961, fueron los dos primeros sueños hechos realidad del proceso revolucionario cubano. Y Clara, en comprensión de su trascendencia histórica y cultural, puso todo su conocimiento y empeño en concebir un mobiliario sobrio y funcional, adaptable al clima cálido de la Isla y al traqueteo que implica toda docencia relacionada con las artes plásticas y danzarias, para lo cual fusiona el estilo racionalista con una línea de mobiliario de finales del período colonial cubano, cuyo aspecto estructural queda definido por el uso de varillas de madera en el respaldar.

La dinámica que desata el proceso revolucionario en marcha impone a Clara un número de tareas afines a su doble condición de diseñadora y mujer comprometida con la causa del pueblo, en este caso, el de su patria. En consecuencia, su horizonte creador buscará su definitiva inserción y realización profesional en el proyecto mayor de industrialización del país, por el que aboga la dirigencia de la Revolución con el propósito de dejar atrás la condición de país monoproductor y monoexportador que le legaran los siglos de colonialismo. En febrero de 1961 se crea el Ministerio de Industrias, designándose ministro al comandante Ernesto Che Guevara. En octubre de 1962, la prensa nacional da a conocer que la República Democrática Alemana construirá veintiséis fábricas en Cuba. El “Año de la Planificación” no puede ser más alentador. En consonancia con el desarrollo de los hechos, Clara organiza y planifica bajo la dirección del comandante Ernesto Che Guevara, el proyecto para crear la Escuela Superior de Diseño Industrial de La Habana. Todo apunta a que su mayor sueño, finalmente, se hará compatible con la realidad de su país. A fines de 1962 se da el primer paso, al convocarse a los jóvenes trabajadores graduados de nivel medio de todos los talleres pertenecientes al Ministerio de Industrias, para las pruebas de aptitud con vistas a la futura carrera de Diseño Industrial. A las pruebas se presentan 162 aspirantes; se aprueban 32, lo que evidencia el carácter selectivo de las pruebas de ingreso. Estas primeras pruebas responderían a una concepción docente del diseño industrial propia de Clara, que llevaría a la par dos niveles: el universitario y el medio (capacitación obrera). Según Clara: “La finalidad de la docencia elemental es la elevación teórica del obrero dentro de su propia especialidad y su superación cultural, para que después de haber recibido la orientación general de la escuela, pueda servir en su fábrica como elemento-guía y como eco de la producción de los prototipos que salgan de los talleres especializados de la Escuela. De este modo habrá siempre un claro diálogo entre el diseñador y el intérprete y constructor de sus diseños, y una colaboración estrecha entre la industria y la Escuela que le crea sus modelos”.[3]

Como es de comprender, el comentado nivel respondía a las particularidades de una sociedad como la cubana, inmersa en un proceso industrial en ciernes, que buscaba la superación de sus cuadros intermedios como garante en la base de la consecución de una futura producción industrial tan competitiva como representativa del mejor diseño. Si bien la optimización del prototipo era factible de concebirse y hasta concretarse en el marco docente (nivel superior), su materialización y producción implicaba no solo la existencia de un obrero capacitado (nivel medio), sino ─y sobre todo─ una industria. Las intenciones no podían ser mejores, pero la realidad del país se imponía cada vez más…

En 1963, Clara viaja a Suecia, Polonia, Unión Soviética y República Democrática Alemana, con el propósito de visitar sus respectivas escuelas de diseño industrial, sacar experiencias y evaluar cuál de los programas de estudio de dichas escuelas se avenía mejor con las particularidades de Cuba, resultándole el más a propósito con sus objetivos docentes el de la Escuela de Diseño de Hale, en la entonces República Democrática Alemana. (¿Remembranza de la Bauhaus?) A su regreso del periplo europeo, se hace una última selección para el nivel medio; se aprueban 15. En enero de 1965, Clara inaugura el primer y único curso de nivel medio de la Escuela de Diseño del Ministerio de la Industria Ligera, en el reparto Siboney.

Su proyecto mayor para con Cuba, se mediatiza. Cabe aducir, entre otras razones, los cambios ministeriales que hacen que el Che pase a ocupar otras responsabilidades en el Gobierno Revolucionario, la sustitución del Ministerio de Industrias por el Ministerio de la Industria Ligera y la no pertinencia del nivel superior, el cual quedará postergado indefinidamente. Por último, la falta de locales e instalaciones que dieran respuesta a las necesidades de materialización de los planes y programas docentes proyectados y aprobados, implicó que el antes citado curso de nivel medio terminara impartiéndose en la Escuela de Artes Plásticas de la ENA, el cual concluirá tres años después, en diciembre de 1967, con la graduación de 12 de los 15 estudiantes que hicieron la matrícula inicial.

Foto: Cortesía del autor.

V

En 1965 Clara regresa a México con una idea fija: crear la carrera de Diseño Industrial en la UNAM. En septiembre de ese año, rinde informe oral en el Seminario de la Escuela de Arquitectura de dicha universidad, en el que expone experiencias obtenidas en sus viajes y proyectos con vista a fundar una escuela de diseño industrial de nivel superior en La Habana. En el mismo se lee: “Me permito añadir a las escuelas europeas mencionadas ─se refiere a las visitadas durante su última estancia en Cuba─ la que apenas se inicia en La Habana, porque ofrece ciertas modalidades particulares a ella y que podrán ser de interés para la discusión que estamos celebrando.”[4] Asimismo, se presenta como planificadora y primera directora de la citada escuela bajo control y financiamiento del Ministerio de la Industria Ligera. ¿Aspiraba Clara regresar a Cuba y concluir su proyecto de nivel superior, o solo es una alusión para fijar su posición de fundadora de la citada escuela de La Habana, en tanto aval para el nuevo proyecto que se proponía realizar en la UNAM?

Sea como fuere, en 1969, sobre la base de las experiencias y proyectos antes comentados, se funda la carrera de Diseño Industrial en la UNAM, bajo la dirección del exalumno de Clara, arquitecto Horacio Durán. Un año antes, en La Habana, se había creado la Escuela de Diseño Industrial e Informacional (EDII) adscrita al Ministerio de la Industria Ligera, bajo la dirección del arquitecto Iván Espín Guillois. Luego de una trayectoria docente no menos escabrosa que la de la primera Escuela de Diseño adscrita a este ministerio, el EDII concluyó en 1976, con una graduación final de solo diez estudiantes. En 1984 se crea el Instituto Superior para el Diseño Industrial (ISDi), el cual estaría precedido por la creación de la Oficina Nacional de Diseño Industrial (ONDi), en 1980, y el Instituto Politécnico para el Diseño Industrial (IPDI), en 1982.[5]

En tanto, en Ciudad México, el 17 de mayo de 1981, a ocho días de cumplir ochenta y siete años, fallece Clara Porset Dumas. Su última voluntad, que sus restos descansaran en tierra cubana, expresada en carta dirigida a su amigo Juan Marinello, lamentablemente, no se cumplió. A fin de cuentas, su vida y obra ya pertenecen a Nuestra América. “Honrar, honra.”

Foto: Cortesía del autor.

*Ensayista, poeta e historiador del arte

BREVE FICHA CURRICULAR DEL AUTOR

Diseñador gráfico en Estudio de Productos de la Industria Ligera.

Profesor de Diseño en la Escuela de Diseño del Consejo Nacional de Cultura.

Profesor de Historia del Diseño Industrial en el Instituto Politécnico para el Diseño Industrial.

Profesor de Arte y Comunicación de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

              —–      ——      ——     ——

Doctor en Ciencias de la Información en la Universidad de La Laguna, Tenerife,  España.

Licenciado en Arte Latinoamericano en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.

Fundador y primer presidente de la Cátedra de Gráfica Conrado W. Massaguer de la Universidad de La Habana

Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba

Miembro de la Unión de Periodistas de Cuba

Miembro de la Unión Internacional de Críticos de Arte (AICA)

[1] En 1939, tuvo lugar el hallazgo del dujo aborigen en un humedal cercano a Santa Fe, al oeste de La Habana. El mismo fue trasladado para el Museo Montané de la Universidad de La Habana, donde Clara lo admiró y estudio.

[2] Clara Porset Dumas: El arte en la vida diaria. México D.F., INBA, 1952, p. 27.

[3] Clara Porset Dumas. “Reconstrucción del informe oral”. Seminario celebrado en la Escuela de Arquitectura de la UNAM, Ciudad de México, 1965, p. 13.

[4] Ibídem, p. 1

[5] El IPDI vino a ser el nivel medio del nuevo proyecto, en razón de que en él se formarían los realizadores de los futuros diseñadores industriales y gráficos egresados del ISDI. Los programas y planes de estudio del Politécnico fueron asumidos por la plantilla de profesores de la Escuela de Diseño del Ministerio de Cultura, al ser esta asimilada por la recién creada ONDI. El IPDI ocupó la planta intermedia del edificio del ISDI, sita en Belascoaín, entre Estrella y Maloja. Con la generalización de la tecnología computarizada, la función del realizador dejó de tener sentido, y con ella el IPDI, cuyo último curso concluyó en 2005.